Recuerdos de la Laguna del Sauce o del Potrero. Capítulo 1

Por Raúl Previtali Vásquez.

Descubrimiento de la Laguna

Su nombre, por la que se la conocía en la época de la Colonia, fue Laguna del Potrero, no tanto por el pequeño arroyo que alimenta su espejo, sino porque en las zonas del valle 'al este de las sierras' y en la franja costera de la Laguna 'al oeste de ellas' la región fue conocida como Los Potreros del Rey, dado que en esos espacios se soltaban las tropillas de caballos y yeguas pertenecientes a las fuerzas españolas como a las portuguesas, cuando estas ocuparon las tierras de la Banda Oriental. Allí quedaban a disposición de las tropas de ocupación, pero también para que los animales se reprodujeran libremente, ya que tenían no solo buenas pasturas sino sobre todo una fuente permanente de agua. Se trataba de una posesión muy estratégica, junto a Maldonado.

Eran áreas relativamente bien protegidas, al estar rodeadas por sierras, mar y laguna, y, ayudando el encierre, por maravillosas pilcas de piedra, varias de las cuáles duraron hasta no hace muchos años. Todavía quedan algunos vestigios de los kilómetros que recorrían, en especial por las cumbres de las sierras, escapando de la codicia fácil del hombre. Testimonios de que esta y la ignorancia van destruyendo, y esfumándose los responsables.

En la zona de la Laguna 'en estos campos y costas' hubo asentamientos importantes de comunidades indígenas. No es para nada de extrañar, dada la protección natural de los fuertes y fríos vientos de que goza la zona, según en que lado de la sierra uno se resguarda.

Se trataba de espacios vírgenes colmados de animales autóctonos, algunos permanentes; otros, las aves en particular, lo consideraban lugar de apareamiento y de cría. Los mamíferos que abundaban consistían en diferentes variedades de venados, como el venado de campo, y el guazubirá; felinos como el gato montés, el ocelote o gato onza; el zorro gris y, en menor número, el zorro colorado; el tejón, que circulaba de noche con sus crías, los carpinchos, nutrias, liebres, tatús y mulitas; y aves como el ñandú, las perdices y chajás, flamencos, patos, cisnes de cuello negro, garzas de diversas especies, entre ellas la garza mora y blancas empenachadas, cigüeñas, el águila caracolera y otras de su especie, halcones y caranchos, y una inmensa variedad de pájaros multicolores. Los peces grandes y pequeños de la laguna, y hasta una especie muy pequeña y luminosa que es estudiada por algunos científicos extranjeros que se vienen especialmente al Uruguay.

Casi toda esta fauna la alcancé a ver personalmente, y al resto la he conocido por relatos fidedignos de viejos testigos. De niño, nunca volvía con las manos vacías de las costas de la Laguna, siempre traía puntas de flechas, herramientas de corte, boleadoras, y hasta cinco largas piedras labradas como menhires, que encontré, ya de grande, clavadas en el campo, dispuestas orientadas apuntando a la puesta del sol, y que aún poseo.

Mi padre, Raúl A. Previtali Donnelly, nació el 1 de noviembre de 1902. Hombre joven y dinámico, gran deportista, Contador de profesión, dotado de una inteligencia y calidades humanas admirables, hacedor de cosas, impulsor de varios sectores de la industria nacional y de grandes proyectos de contenido social. Distinguido también por sus demás colegas uruguayos al ser el primer Contador de profesión que ocupara el cargo de Ministro de Hacienda del Uruguay a muy temprana edad, el 13 de mayo de 1937. Fue fundador e impulsor de múltiples instituciones sociales y deportivas, como el Yatch Club Uruguayo, el Club Neptuno, el Club Atenas, Peñarol, y otros, incluyendo asociaciones honorarias de carácter filantrópico relacionadas con la salud. Se casó con doña Sarah Vásquez Lafone, el 19 de diciembre de 1927.

Como anécdota, la historia de la familia dice que los padres de mi madre, mis abuelos, luego de un tiempo de casados, no conseguían tener hijos. Mi abuelo, el Dr. Ramón Vásquez Varela, diputado blanco por Canelones y su padre el Dr. Alfredo Vásquez Acevedo, eran amigos de don Antonio Lussich. Enterado este del problema, invitó a mi abuelo junto con su señora doña Sarah Lafone Pereyra, a pasar unos cuantos días, en el verano de 1902, a su Casa Rosada de Punta Ballena. Ese lugar parece que resultó, y el 16 de octubre de 1902 nació mi madre, la mayor de otros cuatro hermanos que vinieron después. Estas tierras fueron siempre buenas para que germinara la vida...

Un verano de hace casi setenta años, Previtali, con un grupo de buenos y muy jóvenes amigos (los arquitectos Elías Ciurich y Gonzalo Vázquez Barriere, y Jorge Aznárez), salían de campamento a conocer rincones de Maldonado. En una de esas exploraciones, caminando desde Maldonado llegaron a Cerro Pelado y tomaron por el valle hacia el noroeste, en dirección a una zona intermedia de la Sierra de la Ballena, que se distinguía al horizonte.

La región estaba habitada solamente por pocas familias de campesinos dedicados al cultivo de sus chacras, al cuidado de pequeñas tropas de ganado lechero, algún buey de tiro, caballo y algún petiso, algún chancho, gallinas y alguna oveja de consumo. No había caminos, salvo sendas públicas o privadas que, en aquellas épocas remotas, eran profundas zanjas formadas por la erosión de las lluvias; para acercarse a aquellas lejanas sierras a veces había que cruzar a campo traviesa. El único camino más transitable y de tierra, como todos, que también podía no dar paso por las frecuentes crecidas del arroyo Marrero, era el camino que llevaba a la Casa Rosada de don Antonio Lussich. Pero este camino iba más en dirección perpendicular al mar y se alejaba de la ruta que habían planeado. Probablemente habrían oído hablar de una laguna, por lo que para llegar a ella sería mejor caminar por el campo que dirigirse al mar y tener que atravesar después muchos kilómetros de arenales.

Luego de recorrer algunas leguas de campos infestados de serpientes de cascabel y cruceras, llegaron a unos cerros que conformaban parte de la Sierra de la Ballena, a aproximadamente unos seis kilómetros de la costa marítima. (Leyendo antiguos documentos y títulos, en uno muy viejo supe que a esas sierras también las llamaban Sierras del Diablo.) Los cerros a los que llegaron eran conocidos entonces y ahora como Cerros de los Zorros; que se extienden por casi medio kilómetro desde el Abra de Bernhardt hacia el norte. Al sur del Abra se encuentra el gran Cerro de La Gloria, que figura en los planos topográficos con un nivel de cinco metros más alto sobre el nivel del mar que el Cerro de Montevideo, y a cuyo pie se encuentra la Usina de Agua Potable de OSE. Y en la cumbre, del lado Este, los tanques de agua, los cuales, por desnivel, permiten la llegada de agua a varias poblaciones de Maldonado. Este proyecto había sido una vieja idea de Previtali, para la cual, con la asistencia de un grupo de expertos belgas, pudo presentar un proyecto de factibilidad al Estado. Finalmente, luego de vencer naturales dificultades, el Estado aprobó y ejecutó la obra a través de Saceem, en la que trabajó el Ing. Guillermo Riva Zuchelli, también futuro vecino de la Laguna. Parte de la tierra en la que se estableció ose fue donada por Previtali.

Al llegar a su meta de etapa al anochecer del 4 de enero de 1940, los amigos fueron sorprendidos por una gran tormenta eléctrica, completada por un intenso diluvio. Debieron buscar refugio rápidamente. Y allí, a media ladera del cerro,  encontraron, en la penumbra, una tapera abandonada y semiderruida, a la cual ingresaron, por una abertura sin puerta, para pasar la noche. Comieron alguna cosa que llevaban en las mochilas, y durmieron profundamente hasta el amanecer de la mañana del 5 de enero, víspera del Día de Reyes.

Al despertar, un cielo azul intenso y luminoso se veía entre los agujeros y parte del techo caído. El sol entraba limpio por entre ellos y por el hueco del umbral de entrada que daba directamente al Este, mirando al valle. Al salir de la tapera, Previtali, a pesar de la penumbra interior, pudo ver un curioso trozo de papel clavado en una de las viejas paredes de barro, posiblemente el recuerdo de otro caminante anterior, que de esa manera deseaba "buena suerte" al que viniera después. Se trataba de un delicado dibujo, coloreado, que representaba nada menos que ¡un trébol de cuatro hojas!, y al pie, con caligrafía, lucía una alegórica firma por ser víspera de Reyes: Baltazar.

Ese pequeño trozo de papel se ha conservado como el día en que fue encontrado, y permanece en mi poder, en el lugar donde siempre estuvo y con su marco antiguo protegiéndolo. Desde hace casi setenta años está apoyado en un gran tronco de canelón, cortado en el lugar, encima del hogar de la vieja estufa de piedra.

Este antiguo rancho -nuestra primera morada- fue construido con los materiales que había en el lugar, pues no existían comunicaciones, salvo la vieja carreta y el caballo. Así, sus paredes, de un metro de ancho, fueron levantadas con terrones grandes, bien entramados, cortados con esa medida directamente del suelo, con su pasto; y coronadas por una fuerte armazón de madera y tacuaras. Por encima, todo cubierto con paja brava, bien atada y apretada. Su constructor fue el vecino y buen amigo don Gregorio Clavijo. La idea, de mis padres. El diseño, de lujo, correspondió al estudio de arquitectos amigos de Previtali: Julio Vilamajó y Pedro Carve. Fueron tres ranchos, separados, colocados en U, con patio de tierra y un pozo de agua dulce en el medio, y una parra de buena uva chinche, la que cada verano -por casi setenta años- todavía nos refresca con su frondosa sombra y nos da uvas para hacer buen dulce casero; cada año llevo canastas llenas de uvas a algunos viejos amigos.


Al salir de la tapera, treparon hasta la cresta de los Cerros de los Zorros, para saciar su curiosidad y observar qué se escondía del otro lado de la sierra, hacia el oeste. La sorpresa que les esperaba fue inmensa: la imponente vista de la Laguna del Sauce, conjuntándose a lo lejos -después de extensas y muy altas colinas de arenales- con el mar, recortado por un horizonte más claro; a la izquierda, el marco de un extenso manto vegetal de árboles todavía jóvenes en variados tonos de verde -el Bosque Lussich-; al frente, al otro lado de la Laguna, las Sierras de las Ánimas con sus tonos violáceos y el gris granítico del Cerro Pan de Azúcar; y más lejos todavía, a la derecha, las lejanas pero imponentes Sierras de Minas, todo un fantástico marco a un posible paraíso...

No era para menos que desde ese instante Previtali y sus amigos quedaran atrapados espiritualmente por tanta belleza y por la magia que emanaba de esos lugares. Así me lo describieron muchos años después sus amigos y compañeros de odisea, relatándome (en una cena, teniendo yo diecisiete años) lo que don Raúl comentó en voz baja: Esto será mi inspiración y mi destino. Sus compañeros de odisea, los arquitectos Ciurich y Vázquez Barriere, también compraron una parcela en las costas de la Laguna; de ambas, la parcela de Vázquez Barriere está ocupada todavía por sus herederos, la familia Cuturi.

Al mediodía decidieron regresar con sus familias, pues se los esperaba con ansiedad para pasar la Noche de Reyes. Retornaron caminando a Maldonado y cada uno se dirigió a sus hogares, unos en auto y otros en ferrocarril. Previtali llegó a La Paloma, donde pasábamos cada verano, con un pequeño trozo de papel de recuerdo y, como un regalo de Reyes, el trébol firmado Baltazar. Nadie supo en ese momento la importancia que iba a tener y significar en la vida de todos nosotros y de muchos otros más, en particular los buenos vecinos y futuros amigos de la zona de la Laguna del Sauce. A partir de ese momento, y de ahí en adelante, Previtali volvió infinidad de veces al lugar, bien montando un caballo prestado por un vecino de Cerro Pelado, o bien, en su viejo auto -cuando el arroyo Marrero lo permitía-, llegaba hasta la Casa Rosada de Lussich, y de allí, a caballo, atravesaba el bosque hasta la Laguna.

Buscó con determinación y paciencia un lugar en el cual comenzar ese sueño nacido después de salir de aquella tapera, mientras orejeaba el paisaje a medida que este aparecía al llegar a la cumbre del cerro y ver el espejo de agua de la Laguna del Sauce. Como Previtali nunca fue una persona con capital personal, vivía con su familia del salario que provenía de su sueldo como Contador General de la Nación, y años más tarde de sus salarios por su asesoramiento a empresas industriales. Supo que cualquier adquisición, por pequeña que fuera, debía hacerla con mucho esfuerzo, ahorros y sacrificio, hipotecando y pagando las cuotas devengadas. Muchos supimos lo que eso significaba, y para él fueron décadas de trabajo sin descanso. Así fue toda su vida. Lo recuerdo cuando seguía trabajando cada noche, a veces acostado en la cama, hasta muy tarde, en donde yo lo sorprendía de madrugada aún con sus anteojos puestos y un lápiz en la mano, profundamente dormido, y sin despertarlo se los sacaba y le apagaba la luz. Como seguía trabajando tan intensamente, aún después de haber tenido su primer infarto, le desataba los zapatos para que no hiciese esfuerzo; entraba a la cama y otra vez trabajando... Así, pagó sus compras de esa tierra que tanto quiso y por la que tanto hizo..., como reza la lápida que los vecinos le erigieron en la confluencia de la ruta 12 con la ruta 10 -Interbalnearia-, y que el Parlamento del Estado uruguayo así lo dispusiera por la ley n.º 14.434, después de su muerte, el 7 de diciembre de 1970.


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