Recuerdos de la Laguna del Sauce o del Potrero. Capítulo 4

Por Raúl Previtali Vásquez

La historia de la Capilla

La historia de la Capilla consagrada a la Virgen de la Asunción es un ejemplo más de este lugar encantado, la Laguna del Sauce, marcada por sucesos dignos de un relato de aventuras, que a pesar de lo raro o milagroso no dejan de ser reales. Está atada a la fe cristiana de sus moradores, que desde antaño poblaban las costas, las sierras y el valle; zona conocida en los libros antiguos como los Potreros del Rey, y en la jerga del paisano chacarero, como los campos de la Laguna. Fe regada por incontables hechos que ayudaron a pavimentar el camino de las en aquel entonces inhóspitas sendas que conducían a ese paraíso, desde el «pueblo» (como llamaba el vecino, hasta la primera mitad del siglo XX, a su capital departamental).

Franciscanos y capuchinos en Maldonado
La llegada de los frailes franciscanos y capuchinos a Maldonado fue un acontecimiento significativo. Estaban encomendados por la Iglesia en la divulgación de la fe cristiana -y con ella a la valoración del ser humano que ocupaba estas tierras- y a la asistencia espiritual para hacer frente a las soledades que sufría el hombre del interior en su dura existencia. Soledades muchas veces provocada por hechos ajenos, como que estas tierras fueran una avenida de paso estratégica para los invasores (portugueses e ingleses), en camino a tomar Montevideo y demás territorios; como por otras guerras, de independencia y entre partidos políticos; la gran crisis mundial, comenzada en 1929, de la década del treinta -al final de la década de 1930 se produjeron la desocupación y crisis diversas-; el fallecimiento de Lussich y el abandono de sus emprendimientos.... En ese complicado contexto, los franciscanos y los frailes capuchinos dieron esperanza, cultura y asistencia social directa, para un futuro que poco a poco se fue cumpliendo.

La fundación del poblado de Maldonado fue iniciativa de José Joaquín de Viana, al consolidar el pequeño asentamiento de soldados y sus familias, y también de indígenas, que convivían armoniosamente en el lugar. En 1757 se produjo la ocupación oficial, convirtiéndola en plaza fuerte de ese estratégico lugar, documentadamente ubicado en la zona del «Portezuelo de la Ballena y en Laguna del Diario».

Los frailes franciscanos (orden creada por San Francisco de Asís) llegaron a nuestro país con las fuerzas españolas, en 1724. En 1740 fundaron el hospicio de San Francisco, en Montevideo, que en 1760 fue convertido en Convento de la Orden, por Cédula Real de Carlos III, del 29 de febrero de ese año. A partir de 1740 habían comenzado a recorrer el poco habitado interior del país -entonces Banda Oriental-, calzando sus humildes sandalias. En lo que hoy es Maldonado, encontraron al grupo poblacional, de nativos españolizados y soldados con sus familias, dispuestos a defender las tierras de las rapaces invasiones militares.

Según consta en algunos escritos de la época, los frailes se sumaron al amor de los lugareños por esa patria nueva. Los franciscanos estuvieron en Maldonado y realizaron heroicas tareas sociales, además de las pastorales, hasta 1906, año en que dejaron la tarea a los frailes capuchinos, quienes tomaron ese nombre luego de la reforma franciscana. El último fraile con el apelativo de franciscano, en Maldonado, fue el cura párroco padre Pedro Podestá, primer fraile lugareño, nacido en 1846, en la Isla de Gorriti, adonde habían huido a esconderse sus jóvenes padres para salvarse de las tropas extranjeras. Fray Pedro Podestá demostró el amor por su tierra ofrendándole su vocación sacerdotal, desde 1874 hasta 1906.

Se conservan dibujos de una capilla original, construida en 1755, en la zona de Laguna del Diario, donde residían aquellos primeros ocupantes precarios. Su construcción era de terrón y techo de paja.


Según el acta pastoral de 1764, funcionaba en Maldonado un templo franciscano, como viceparroquia dependiente de Montevideo. Por relatos de testigos sabemos que, antes de terminarse su construcción, le cupo una actuación singular durante las invasiones extranjeras (incluyendo las inglesas): sus muros y paredes mostraron importantes cicatrices, causadas por la metralla de los invasores que procuraban doblegar a los grupos patriotas locales, orientales, españoles e indígenas, quienes resistían y regaron con su sangre las inconclusas paredes de la hoy Catedral. Recién en 1882, el sacrificado y valiente padre Podestá, con sus fieles, pudo al fin terminar la parte principal de aquella iglesia.

Trabajaban todavía en las terminaciones del templo, en 1895, cuando toda la comunidad recibió un inesperado regalo, producido como resultado del naufragio del navío español Ciudad de Santander, en la Isla de Lobos, el 24 de mayo: en medio de la tempestad, las ciento diecisiete personas que viajaban, además de la carga y el equipaje, pudieron salvarse milagrosamente.

Como a la iglesia y a la comunidad fernandina les faltaba una patrona para su templo, tanto los navegantes y pasajeros como los habitantes de San Fernando de Maldonado, atribuyeron el milagro a la intervención de la Virgen del Carmen, protectora del navío, cuya imagen estaba colocada en un nicho del barco.

La Virgen fue trabajosamente extraída y llevada por los viajeros y por la población de Maldonado -testigo del hundimiento y colaboradora en los rescates- hasta la iglesia, desde donde impone su protectorado muy eficientemente. Para obtenerla en propiedad se contó con el apoyo del arzobispo de Montevideo, monseñor Mariano Soler, y del dinámico y sagaz embajador uruguayo ante España, el poeta Juan Zorrilla de San Martín.

El Padre Fray Pedro Podestá falleció el 24 de mayo de 1907, en Maldonado, y fue despedido con verdadero amor por su pueblo. La vida de los padres misioneros franciscanos y capuchinos de Maldonado fue siempre de una inmensa austeridad. Según los historiadores y la gente que convivió con ellos, vivían en la más inmensa pobreza material, fueron frailes de gran carisma y generosidad, y daban la sensación de ser figuras bíblicas.

El padre Domingo de Tacuarembó


En 1941 apareció en Maldonado un fraile con grandes dotes de sacrificio, preclara imaginación y acción singular: el padre "Domingo de Tacuarembó", como se hacía llamar y como firmaba. Este personaje maravilloso, un verdadero santo (se iniciaron acciones en Roma para su beatificación), nació el 18 de mayo de 1899, en la casa de sus padres, en la llamada Colonia Bella Vista (formada por familias italianas), a orillas del río Negro, departamento de Tacuarembó. Era hijo de Domingo Orzetti, agricultor, y de María Andrea -ambos italianos, originarios de la provincia de Udine-, tal como figura en su partida de nacimiento, en Paso de los Toros, el 2 de junio de 1899. Fue bautizado como Humberto Domingo Orzetti.

Contaba siete años de edad cuando la familia se estableció en el barrio Nuevo París, en Montevideo. En 1910 ingresó al colegio de los capuchinos, en su barrio, donde cursó hasta el liceo, aunque no pudo terminarlo, por enfermedad y recomendación de los médicos, quienes diagnosticaron que «tenía el corazón muy desgastado», y le pronosticaron poco tiempo de vida.

Terminada la primera guerra mundial, el 19 de junio de 1918, el que sería el futuro padre Domingo -sobreviviente a su enfermedad- fue enviado a Génova, Italia, donde ingresó como novicio en la Orden Capuchina. Se inscribió como Domingo de Tacuarembó y fue consagrado sacerdote el 15 de agosto (día de la festividad de la Virgen de la Asunción) de 1926 y destinado a la provincia de Santa Fe, Argentina.

Luego de un breve período, en 1928, regresó al Uruguay como teniente cura, a la iglesia de su barrio Nuevo París, Montevideo. Su salud se deterioró cuando trabajaba como director de los estudios de Filosofía y Teología, en el convento de San Antonio, en 1932, por contagiarse de tuberculosis con sus visitas diarias a los enfermos del hospital Fermín Ferreira.

Al mejorar, en noviembre de 1940, fue nombrado superior y párroco de Maldonado. Fue investido y tomó posesión de la parroquia el 10 de enero de 1941.

Se puede decir que la historia de Maldonado está dividida en dos grandes períodos: antes y después de la llegada de Domingo de Tacuarembó. Las historias refieren que su accionar «redujo a penumbras la memoria histórica anterior a la década de 1940». Su trascendencia fue tal que se constituyó -hasta hoy- en una «figura cumbre en el desarrollo del departamento». Fue fraile, sacerdote, cura párroco, misionero, director de colegios en Uruguay y en el interior de Argentina, consejero provincial, director de seminarios, maestro de novicios, fundador de innumerables obras, de caridad y de actividad, en comunidades enteras; fue chofer, horticultor, constructor, albañil, escultor (la gran estatua de San Francisco de Asís que se erigió sobre el cerro del Abra de Perdomo fue realizada por sus propias manos; la llevó a su dimensión de cinco metros de altura, más otros cinco metros de base, luego de proyectarla a partir de una pequeña imagen).

Con sus propias manos construía viviendas en los barrios pobres de Maldonado, fue ciclista de resistencia hasta los ochenta y siete años -montado en su preferido y único vehículo visitaba a los fieles del departamento-, concurría a donde se lo necesitaba, erigía capillas y oratorios, oficiaba la Santa Misa en los más recónditos parajes del departamento... A pesar de su esmirriado y castigado físico, vencía todas las dificultades. En el intelecto, pocos se le parecían: era de imaginación desbordante, con un gran poder de convicción, que contagiaba y conseguía lo que se propusiera, para bien de los fernandinos.

Fue el cura más querido del departamento; con su oración y determinación pudo mover montañas, aguijoneando a quien fuere para lograr los grandes objetivos sociales y espirituales. Lo consiguió con su inmensa modestia, y muchísimas veces teniendo que comer de manera salteada su ya escasa dieta compuesta la más de las veces por sopa y pan.

El pueblo de Punta del Este tuvo una primera capilla provisoria, allá por 1911; en ella, aún inconclusa, el padre Damián ofició una sencilla Misa el 14 de febrero, para los veraneantes -pues el pueblo ya tenía rango de balneario-. Al llegar, el activo padre Domingo organizó la construcción de la capilla, en febrero de 1941. Promovió la creación de una comisión de vecinos, para juntar fondos, y realizó una Misa para agruparlos y atraer cooperantes.

Simultáneamente, en el barrio Bella Vista, de Maldonado -sugestivamente llevaba el mismo nombre que el barrio que lo vio nacer en Tacuarembó-, compuesto por gente pobre y de escasos recursos, elevó una capilla dedicada a la Virgen de los Treinta y Tres Orientales. Es el primer templo en nuestro país erigido en honor a esta Virgen de los «33» ("Maldonado - 200 años de presencia franciscana"). Su piedra fundamental la colocó el padre Domingo, el 25 de agosto de 1941 y su construcción la concluyó en noviembre de 1943.

Mientras, en Punta del Este, la capilla del balneario sufría demoras. Luego de la colecta de fondos, la construcción avanzó muy lentamente por falta de recursos. El 31 de enero se bendijo una primera etapa; en 1947, la construcción continuaba... Las obras no se desarrollaron con la rapidez que deberían, sobre todo tratándose de un lugar con fieles, uruguayos y argentinos, de un cierto mayor poder adquisitivo. La razón: los vecinos eran gente de paso, que mayormente residían allí durante solo dos meses al año.

La Capilla de la Laguna del Sauce
En la Laguna del Sauce, un grupo de vecinos que de tiempo atrás clamaban por poder tener una Capilla, tuvieron una rápida respuesta del padre Domingo. Se dedicó él mismo a levantar las paredes, junto con agricultores y nuevas familias que se estaban asentando en las inmediaciones. Los atraía la belleza del lugar, las ilusiones de vida y la determinación en hacer progresar una zona con grandes necesidades desde la desaparición -con el deceso de don Antonio Lussich- de las plantaciones de árboles, que provocó desocupación y la caída en la demanda de alimentos producidos en las chacras.

Como resultado del impulso del padre Domingo, los vecinos de las chacras de la Laguna del Sauce crearon, el 2 de octubre de 1941, una comisión de gente sencilla y generosa, que se reunieron en la casa del vecino don José María Lazo. Según el acta de la fecha, asistieron Victoriano De León, Félix García, Santiago de León, Eustaquio Marcos La Cruz, Mauro Martínez, Antonio Bologna, Mario J. De León, Esperanza Peregrino De León, José María Lazo, Mauricio S. Caravallo, Juan La Cruz, Roque J. Clavijo, Andrés Clavijo, Juan de Dios De León y Edmundo De León. La reunión la presidió el padre Domingo de Tacuarembó.


El terreno donde se erigiría la Capilla de la Laguna del Sauce fue «donado por el vecino Eustaquio Marcos La Cruz, parcela ubicada sobre un camino de tierra» más bien una huella en mal estado por las lluvias y los torrentes que venían desde las laderas de las sierras y barrían todo a su paso, una senda que iba desde el Camino Lussich al Abra de Perdomo. El terreno para la capilla tenía forma de rectángulo, estaba ubicado entre las propiedades de don Indalecio De León y de doña Ignacia Clavijo, «con un área de 60 metros de frente por 40 metros de fondo», frente a la pequeña pulpería de Salvador De León. El cuerpo de la Capilla, tuvo un largo de 15 metros por un ancho de 6 metros.

El acta determinó también las características constructivas y los materiales a emplear, así como la donación de los ladrillos. Para el transporte de los materiales, piedra, ladrillos y demás, varios vecinos pusieron a disposición carros y carretas de bueyes, gratuitamente. El cura párroco quedó encargado de la confección de los planos y de su presentación ante el arzobispo. La mano de obra fue dada honorariamente por los vecinos, en sus ratos libres, coordinados por ellos mismos, el padre Domingo y varios frailes que ofrecían su trabajo y experiencia en construcción. El vecino Rafael Clavijo, ausente, envió una carta a la reunión, por la que «formalizaba el ofrecimiento de sufragar los gastos que llevase la construcción (en chapa) del techo».

Se juntaron, entre los presentes, $ 50 (cincuenta pesos), y el vecindario se comprometió a continuar aportando los medios, con sacrificio, hasta que la Capilla estuviese concluida.

La comisión se reunió nuevamente el 19 del mismo mes de octubre, y se estableció que la patrona sería la Santísima Virgen de la Asunción, y también estaría dedicada a San Ramón. Se comunicó a los vecinos que el plano y proyecto de la Capilla había sido entregado al arzobispo Antonio M. Barbieri y había pasado a estudio de la Curia de Montevideo. Se resolvió la colocación de la piedra fundacional y la celebración de una Misa campal en el predio.

El 12 de febrero de 1942 se colocó la piedra fundamental de la Capilla. El arzobispo Monseñor Barbieri llegó a las nueve de la mañana desde Montevideo. Terminada la bendición, el padre Domingo celebró una Misa campal, junto con el arzobispo, acompañados por un coro de hermanas capuchinas. El arzobispo administró el sacramento de la Confirmación a los fieles.

En otra reunión de la comisión se nombró al fraile padre Félix de Artegna (colaborador del padre Domingo), para dirigir las obras ayudado por vecinos de la Laguna. El 8 de setiembre de 1942 se comenzó a trabajar en los cimientos de la Capilla. El padre Domingo -con roquete y estola- procedió solemnemente a comenzar las obras, con las primeras setenta y dos paladas de tierra, en conmemoración a los setenta y dos años que la Virgen María viviera en la tierra antes de ascender a los cielos; por ello, la patrona fue la Virgen de la Asunción.

Se siguió con los trabajos de construcción hasta la inauguración de la Capilla de la Virgen de la Asunción, el 15 de agosto de 1943. Las crónicas de la época refieren los días inolvidables que se vivieron en la zona. Se estimó la concurrencia en un millar de fieles, entre peregrinos y vecinos de las chacras.

Es de señalar la colaboración de una familia de Montevideo, recientemente afincada en la zona de la Laguna del Sauce, y que ayudaba al padre Domingo en sus obras sociales: la familia compuesta por don Raúl Previtali y doña Sarah Vásquez Lafone, junto con las hermanas de esta: Pepita y Juana Vásquez Lafone. Pepita y Juana fueron santas mujeres que dedicaron su vida a ayudar a las comunidades más desfavorecidas; dentro de sus casi nulos recursos materiales, pero con el espíritu de San Francisco en sus almas, colaboraron incansablemente con la Orden Capuchina en sus emprendimientos en Montevideo, sirvieron cada día a la comunidad del Barrio Sur, atendiendo y coordinando las policlínicas y los comedores de pobres, y organizando actividades de todo tipo, durante sesenta años ininterrumpidos.

Al emprender su capilla y las tareas en la zona de la Laguna del Sauce, el padre Domingo sabía que contaba con la colaboración incondicional de esa familia, y en particular en la persona de doña Sarah. Ella fue una asistenta incansable: organizaba casamientos civiles, y también religiosos, cuando eran requeridos; colaboraba en el registro de los nacimientos -de los habidos hasta el momento y de ahí en adelante- y en la celebración de los bautismos.

La catequesis era suministrada por los frailes y también por generosas mujeres (que Dios las tenga en su Gloria), que por largos años llegaban desde Montevideo -Pepita y Juana Vásquez Lafone, y Margarita Rodríguez, con quien también yo preparé mi Primera Comunión- junto a otras catequistas que, cuando el tiempo lo permitía, llegaban enviadas por el Padre Domingo de Maldonado. Todas ellas son recordadas por vecinas de ayer y de hoy, que siguen acudiendo a la Capilla, y que, como otras, vistieron esa ropita tan especial de la Primera Comunión que confeccionaba y cosía con tanto amor y esmero doña Sarah. Cada año, doña Sarah preparaba nuevos vestiditos para las niñas de la zona que tomaban la Primera Comunión. Suministraba también pantaloncitos, camisas blancas y la moña tradicional del brazo, para los niños varones. Recuerdo perfectamente a mi madre, confeccionar en la mesa de mi casa, cada año, los vestidos y cortar y doblar las moñas, de quienes iban a tomar la Primera Comunión. Esos vestidos, luego, iban a ser los trajecitos de vestir que las niñas usarían en casamientos y otros eventos del vecindario.

Sentidos recuerdos, hoy presentes en las familias del lugar que fueron parte de aquel despertar sano y campesino, tan alejado del «pueblo» de Maldonado y ni qué decir del balneario de Punta del Este.

El actual diácono de la Capilla de la Asunción de la Laguna del Sauce es don Teodoro Zipitría. En poco tiempo se hizo querer mucho por los fieles, por su manera de ser bondadosa, inteligente, sencilla y campechana; con su carisma especial, sabe hablarnos a los ojos y nos llega hondo con sus palabras. Con su también dedicada señora, es justo reconocerlo, llevan juntos adelante una fructífera tarea en la zona. Él también es testigo de parte de estos recuerdos, evocados por la vieja gente del lugar, entre la que no podemos dejar de mencionar a doña Gladys Martínez, entre otros.

Tal vez el padre Livio, que reside en la Iglesia de San Antonio de Montevideo, seguramente recuerde a alguna de las personas evocadas en estos relatos, aunque la mayor parte provienen de quienes todavía viven y participaron de aquellos inolvidables momentos, tan importantes para cualquier niño. Lamentablemente, de los adultos, padres, tíos y abuelos, que eran los primeros actores en aquellas épocas, ya no queda nadie vivo, aunque sí permanecen firmes en nuestros pensamientos.

El 17 de abril de 2006, muchos viejos vecinos del pago nos reunimos y llenamos la Capilla, sentados y parados, y todavía alguno quedó afuera pues no cabía un alfiler, y participamos de una Misa coordinada por el buen diácono Zipitría. Nos reunimos en memoria de un entrañable amigo, Bruno, un niño campesino fallecido un año atrás. Fuimos criados casi juntos, él conformaba aquellos inolvidables racimos de niños chicos de los campos de la Laguna, que asistían con juicio a las Misas del padre Domingo junto con sus padres, tíos y abuelos. Entre ellos, los hijos de Valentín Lazo, los de Fermín Gutiérrez, los de Isabelino Silva, los de Juan Silva, los de los varios Martínez y Clavijo, que poblaban el valle, los de los De León, los Cabrera y tantos otros, tan presentes para los que estuvimos en esa Misa. Ese día los evocamos en silencio a todos, sin faltar uno. Al terminar la Misa y contarnos estos pensamientos, algunas lágrimas corrieron por muchas mejillas.

Entre mis recuerdos más importantes, de infancia y adolescencia vividas en la Capilla de la Laguna, figura el haber servido, desde el principio y por años, como monaguillo, en las Misas que oficiaba el padre Domingo. Llegaba con mis padres, o recorría casi una legua solo en mi petiso y levantaba a veces en ancas a algún o más de un amiguito de a pie. Todos recuerdan sus Primeras Comuniones y al monaguillo que les colocaba, debajo de sus barbillas, la patena, una bandejita con la cual impedía que algún pedacito de hostia sagrada cayese al suelo. Aún poseo el librito de ayudar a Misa -en latín- que un día me diera el padre Domingo, para cumplir lo mejor posible con mi quehacer.

Además de monaguillo, creo haber sido un amigo más del querido padre Domingo, como lo éramos sin duda todos los niños que lo admirábamos. Con infinita paciencia, nos escuchaba las confesiones, donde con recogimiento nos arrepentíamos de nuestros inocentes pecados.

Recuerdo las reuniones entre los queridos habitantes de las chacras, luego de las Misas o de otros encuentros, fuera de la Capilla. Allí, al aire libre, organizábamos sencillas quermeses, tomábamos chocolate luego de las Primeras Comuniones; empanadas, tortafritas y refrescos con los casamientos; jugábamos divertidos partidos de fútbol en un campito lleno de abrojos, cruzando el camino y haciendo cruz con la Capilla. Después éramos invitados con algunas gaseosas de la época, Limol o Bilz, a dos vintenes cada una, que despachaba don Salvador De León, en su vieja y pequeña pulpería frente a la Capilla, hoy tapiada y cayéndose de vieja, a punto de convertirse en tapera...

También recuerdo a mi madre Sarah lavando algunas veces los pies sucios de barro de los niños, cuando llovía, con jarra y palangana, antes de entrar a la Capilla; también hacía lo mismo a la entrada de la vieja escuelita que ella fundara en el Abra de Bernhardt. Era en la década de 1940, y aún después...

Al Padre Domingo, para quien se ha iniciado un proceso de beatificación en el Vaticano, se le atribuyen muchas situaciones y milagros. Aunque él siempre dijo que no hacía milagros sino que eran obra del padre Pío, un buen amigo suyo. Estos hechos vamos a dejarlos en exclusividad para la comenzada etapa de beatificación.

La campana de la Capilla de la Laguna del Sauce


Esta historia real tiene tres actores fundamentales: el padre Pío, el padre Domingo -amigo del padre Pío, y su calco en distintas y parecidas características- y la madre Giovanna.

Nos remontamos al 18 de enero de 1905, cuando el padre Pío tenía tan solo dieciocho años de edad y el padre Domingo cumplía sus seis años:

Cuenta el padre Pío que estaba orando cuando se vio a sí mismo dentro «de una casa burguesa en la que el padre se estaba muriendo, al mismo tiempo que en la misma casa nacía una criatura [una niña]. Entonces, la Santísima Virgen María se me apareció y me dijo: "Te encomiendo esta niña. No lo dudes, ella vendrá a ti un día, pero antes la encontrarás en San Pedro". Después de esto volví a encontrarme orando en el coro». Sintió la necesidad de poner inmediatamente por escrito este insólito hecho y entregárselo al padre Agostino, como hizo.

El resto de la historia es igualmente sorprendente. La criatura que nacía en esa visión fue Giovanna Rizzani. Un buen día de 1922, ella recibió el consejo, de un confesor en San Pedro de Roma, de ir a San Giovanni Rotondo. Allí se encaminó. Se sorprendió al reconocer en el padre Pío al capuchino que la había confesado en San Pedro. Más sorpresa se llevó todavía cuando el padre le contó que había asistido a su nacimiento en Udine, dándole toda clase de detalles. Giovanna sería más adelante terciaria franciscana y fiel hija espiritual del padre Pío.

Se sabe que jamás, ni en 1905 ni nunca, estuvo el padre Pío en Udine, cerca de Venecia. Ni en 1922 había salido ni un solo día de San Giovanni Rotondo, lugar de su nuevo y definitivo convento. Este fenómeno de bilocación de que fue objeto el padre Pío en numerosas ocasiones, nunca se manifestó por su propia voluntad, sino como un don de Dios y siempre para el bien de las almas.

La niña Giovanna Rizzani fue, de mayor, la madre Giovanna Francesca del Espíritu Santo, fundadora de las Misioneras Franciscanas del Verbo Encarnado. Hija Espiritual del padre Pío, santo que tuvo una estrecha relación con el padre Domingo.

El Padre Domingo, en su permanente actividad en Maldonado, y con el fin de aumentar el número de maestras en el Colegio que él fundara, pidió consejo al padre Pío. Con el visto bueno de la Orden Capuchina y de monseñor Barbieri, en inmenso esfuerzo, logró, en 1948, traer a las cuatro primeras misioneras a América Latina, precisamente a Uruguay, apoyadas por la superiora y fundadora de la Orden Misionera, la madre Giovanna.

La madre Giovanna visitó la primera Comunidad de Misioneras del Uruguay, en 1952, para alegría de todos, empezando por los residentes de Maldonado, pero también de los fieles de Montevideo. Más adelante, en 1961, y en ocasión de la inauguración del Noviciado de Misioneras de Maldonado, la madre Giovanna visitó nuevamente Montevideo y Maldonado. El padre Domingo, como la madre Giovanna, fueron dos pilares para todo; mientras el Padre Pío siguió apoyando de cerca el desarrollo, hasta su muerte.

Como agradecimiento por lo que fuera el padre Domingo, la madre Giovanna le envió un regalo muy especial: una gran campana de bronce, obsequio a la Capilla de la Laguna del Sauce. Toda la gente de la zona fuimos testigos, de una manera u otra; no solo receptores, sino también partícipes en el costo del transporte y en la colocación. La campana, con gran unción, fue bendecida y colocada por el padre Domingo. Su primer tañido fue al impulso alegre de las manos de este querido padre de todos.


La madre Giovanna murió el 21 de diciembre de 1984, después de una vida de santidad y de dedicación a las obras capuchinas, en el enorme espectro espiritual y social que estas abarcan. El 23 de diciembre, luego de celebrarse sus funerales y la Eucaristía en la Catedral de San Rufino, fue transportada a Asís, cuna de San Francisco, donde descansa.

De esa manera, antes de sus muertes, la madre Giovanna y el padre Domingo, tuvieron un gesto único hacia nuestra humilde capilla de Uruguay. Él, por haberla levantado con sus manos y vaya a saber qué otros sentimientos, y ella, por haberla conocido y participado de una Misa, y vaya a saber también por qué otros sentimientos, que esta Capilla despierta en quien entramos a ella.

Esta mujer santa, hija espiritual del padre Pío y benefactora de Maldonado y del mundo, nos envió desde Asís, en Italia, la maravillosa campana con su nombre grabado en relieve. Tan importante fue ese gesto que el propio el padre Domingo, con casi noventa años, ayudó a colocarla en lo alto de la torre, en un acto popular inolvidable al que asistimos los vecinos de la Laguna y de los campos del Valle, además de contar con la presencia de viajeros venidos expresamente de Montevideo y otras regiones. Un buen día, para un arreglo, la campana fue retirada, por orden superior, y los vecinos quedamos a la espera de su devolución. Otro día nos llegó una pequeña campana, por error, a ocupar el lugar de la original, la que fue colocada -creímos- en otra capilla... La campana original, una verdadera reliquia, regalo de la Madre Giovanna, dicen que desapareció en algún lugar, en Maldonado o en la broncería de Montevideo donde la mandaron a "reparar". Por mucho tiempo, los vecinos reclamamos en vano su devolución; y continuamos haciéndolo.

En 1992, en la Catedral de Fiesole, se abrió el proceso de canonización de la sierva de Dios, madre Giovanna Francesca del Espíritu Santo. En 2006 concluyó la canonización, a nivel diocesano.

El tan esperado regreso de la campana de la Madre Giovanna, a su lugar en la Capilla de la Laguna del Sauce, será uno de los más emocionantes y alegres eventos espirituales que los fieles tendremos para festejar. Nuestros rezos serán oídos, no lo dudamos.



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