El arboreto Lussich de Punta Ballena

Por Carlos Antonio Brussa  
Revista Dossier. Domingo 1 de julio de 2007.



Un singular reservorio vegetal con un siglo de historia. En 1896 don Antonio Lussich adquirió los terrenos ubicados al sur de la Laguna del Sauce, desde el Arroyo del Potrero hasta la Sierra de la Ballena inclusive, comenzando un ambicioso programa de forestación e introducción de especies.
En los comienzos del siglo XX la titánica obra que hasta hoy caracteriza a Punta Ballena, ya contaba con numerosísimos árboles de diferentes regiones del mundo. Los mismos estaban distribuidos de acuerdo con las necesidades ecológicas de cada especie, lo que era muy poco conocido por ese entonces en estas latitudes.
Con el paso de los años, el Bosque de Lussich, como se le identificaba en esa época, cubría una superficie de unas mil ochocientas hectáreas y llegó a destacarse en el ámbito mundial por reunir una de las más grandes colecciones de plantas cultivadas en el cono sur.  En la actualidad una gran parte de los predios se hallan en manos de particulares, quedando como propiedad de la Intendencia Municipal de Maldonado la porción que alberga la concentración más valiosa de especies, con 192 hectáreas de extensión.



Conocimos el arboretum o arboreto - en castellano: colección de árboles - hace treinta años, en el invierno de 1977, cuando cursábamos la orientación forestal como estudiante de agronomía; por ese entonces aún se escuchaban los ecos del nefasto incendio ocurrido entre los días 16 y 18 de enero de 1968; todavía se pueden ver algunos troncos quemados y los restos de cepas de los árboles muertos.
Ya en esa época, con nuestros escasos conocimientos dendrológicos, nos sentimos maravillados por la tremenda diversidad de especies observadas en un corto recorrido, donde a simple vista se destacaban hayas (Fagus sylvatica), carpinos (Carpinus spp.), falsos alerces (Pseudolarix amabilis), pinos (Pinus spp.), eucaliptos (Eucalyptus spp., Corymbia spp.), araucarias (Araucaria spp.), damaras (Agathis robusta), robles (Quercus spp.) y palmeras, entre muchos otros árboles y arbustos interesantes y de gran singularidad botánica, coexistiendo con las plantas indígenas de la sierra en un notable proceso de adaptación a nuestro medio.
Ése fue el comienzo de una relación personal cargada de gran afecto hacia ese entorno, la que se mantiene hasta hoy, lo que nos llevó a desarrollar, en el marco de trabajos de investigación de la Facultad de Agronomía, la dirección de varios relevamientos florísticos ? a cargo de estudiantes forestales avanzados ? y a incluir obligatoriamente todos los años la visita al bosque en el marco de los cursos, tanto de Orientación Forestal en Agronomía como de la Escuela Municipal de Jardinería.
A la fecha se ha registrado en el arboreto la presencia de unas trescientas setenta especies exóticas y sesenta nativas, sin contar las existentes en predios particulares que otrora fueran parte de ese gran bosque.



Fue muy importante la ayuda que nos brindara el ingeniero agrónomo César del Castillo Lussich, quien con su profundo conocimiento y cariño hacia la obra de su abuelo, nos guió en la difícil tarea de localización de muchos de los ejemplares cultivados. Asimismo nos regaló sus sabios y generosos consejos que aún hoy intentamos aplicar en el manejo de parques. Si bien ya no nos acompaña, su figura es un vivo recuerdo y su espíritu se percibe en cada recorrida que hacemos por el bosque.
Originalmente, Antonio Lussich concibió su obra con una zona central en la Sierra de la Ballena, donde se localizarían las especies más singulares y delicadas de cultivo, desarrollando una forestación perimetral de protección, no por ello menos valiosa desde un punto de vista botánico y paisajístico.
La presencia de tan variadas y valiosas especies, adaptadas a nuestras condiciones ambientales en una forma inusual, ha sido posible gracias a los montes de protección constituidos principalmente por pinos marítimos (Pinus pinaster), eucaliptos y afines (Eucalyptus, Corymbia, Angophora). Estas forestaciones, actualmente en manos de particulares, poseen una doble importancia, por un lado contribuyen con la tarea de crear un microclima y de fijar las arenas móviles ?formando un ambiente localizado que permitió la obra de urbanización en el área ?; y por el otro, albergan la más importante colección de especies de eucaliptos y similares que existen en Uruguay, y una de las principales del mundo.
Estos árboles, que para los no entendidos pueden parecer todos iguales, constituyen una importantísima riqueza botánica que lamentablemente se ve agredida de forma permanente, al punto de que actualmente los árboles cada vez son menos debido a las talas indiscriminadas producto del desconocimiento y la falta de reglamentación específica. Año tras año los formidables rodales disminuyen y con ellos parte de la historia reciente de la zona, junto a una información genética tremendamente útil para la actividad forestal.



En su concepción inicial, dicho bosque de protección contenía el embate de los elementos naturales propios del ambiente agreste de ese lugar, a modo de cinturón amortiguador que permitía el desarrollo de lo más ambicioso de su programa en la zona más privilegiada en cuidados. Con el paso de los años, el entorno cambió sustancialmente, las áreas urbanizadas fueron alcanzando al bosque hasta rodearlo, y paradójicamente en la actualidad la periferia actúa no ya amortiguando los efectos de los agentes naturales sino como barrera contra la agresión que el propio hombre realiza muchas veces por falta de conocimiento, en su avance en la búsqueda de mayores comodidades.
Un detalle importante que se debe tener en cuenta al considerar dicho arboreto ? que efectivamente aún reúne probablemente la mayor cantidad de ejemplares de diferentes especies de árboles existentes en el país ? es que la propia característica de tal diversidad de plantas obliga a permanentes tareas de manejo a fin de controlar las poblaciones de aquellas especies con mayor capacidad de competencia en constante aumento. La errónea creencia de una convivencia de árboles diferentes en pacífica armonía llevó durante muchos años a discutir sobre las prácticas de conducción silvícola en el referido arboreto, siendo clara la necesidad de manejo permanente.

Tanto algunas especies introducidas de otras regiones ? azareros (Pittosporum undulatum), acacia trinerve (Acacia longifolia), retama amarilla (Genista monspessulana), cotoneaster (Cotoneaster franchetti) ? como las especies nativas existentes previamente a las plantaciones de Lussich ? caso de chirca de monte (Dodonaea viscosa), chirca blanca (Baccharis dracunculifolia) entre otras ?, se disputan espacios según sus necesidades y capacidad de colonización.
El gran incendio ocurrido a finales de la década del sesenta favoreció aún más el aumento de las poblaciones de estas plantas, las que colonizaron grandes áreas que aún hoy son centro de dispersión de las mismas. Otro evento nefasto fue el temporal ocurrido el 23 de agosto de 2005, que derribara varios miles de árboles, sembrando un verdadero caos y desazón entre quienes valoramos al bosque de Punta Ballena. Transcurridos los días, más serenos, pudimos evaluar los daños en comparación con el histórico incendio y la conclusión a la que arribamos es que el fuego no es selectivo, porque quema todo lo que encuentra, mientras que el temporal derribó ciertos árboles, algunos majestuosos, pero permitió que otros de menor tamaño y resistencia al viento permanecieran en pie, por lo que la sucesión generacional afortunadamente se continúa.
El adecuado manejo brindado al arboreto por el personal técnico municipal de Maldonado ha llevado a mitigar notoriamente el tremendo paisaje desolador de aquellos días e incluso aprovechar sectores de troncos de los árboles derribados para crear una colección de maderas con la historia del parque, sumamente didáctica.



El bosque de Punta Ballena que don Antonio Lussich comenzara a formar en el siglo XIX es sin duda una riqueza que trasciende a la escala departamental y aun nacional, siendo parte del patrimonio cultural natural del país y la región, como colección botánica con gran valor paisajístico. Es tiempo de que todos comprendamos la necesidad de proteger ese legado para uso y disfrute de las actuales y futuras generaciones. Con el paso de los años, en un ambiente cada vez más antropizado, cobra mayor vigencia aquella frase que conviene tener siempre presente: ?Los bosques preceden a los pueblos, los desiertos los persiguen?.

Carlos Antonio Brussa. Ingeniero Agrónomo Forestal.
Director del Museo y Jardín Botánico Profesor Atilio Lombardo, de Montevideo.

Fuente: www.revistadossier.com.uy







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